3 de diciembre de 2018

3 de diciembre de 2018 - , , Sin comentarios

Rincones de Madrid: Casa museo Sorolla

En Madrid hay una variada oferta de museos, entre los que se encuentra uno de los mejores del mundo. Sin embargo, hoy no vamos a descubrir una gran pinacoteca como el Museo del Prado, aunque las obras que allí se exponen también tienen un gran valor (económico y sentimental). Nos adentraremos en un palacete señorial de principios del s.XX en el barrio de Chamberí, diseñado por uno de mis pintores favoritos, Joaquín Sorolla, donde integró su residencia familiar y taller de trabajo. En el número 37 de la Calle General Martínez Campos, nos recibe un jardín de estilo andaluz, con tres zonas diferenciadas. Se puede disfrutar de ellas de manera gratuita. Un bonito oasis para protegerse del sol los días calurosos de la capital.

@ceres.mcu.es

Os recomendamos que os apuntéis a su visita guiada (6€), en la que no está incluido el precio de la entrada (3€). Desde el sábado a partir de las 14h y el domingo, la entrada es gratuita.

La primera sala es la mejor carta de presentación de Sorolla, estamos rodeados de una selección de lienzos de distintas épocas en los que se puede percibir su evolución como artista. Pero para comprender su obra tenemos que conocer un poco más de su vida.

@culturaydeporte.gob.es/msorolla

De familia humilde, quedó huérfano a los dos años y creció, junto a su hermana, en casa de su tío que era cerrajero. Intentó que aprendiera el oficio, pero se percató de que Joaquín tenía grandes aptitudes para la pintura y le permitió estudiar bellas artes en Valencia. Comenzó su carrera artística con formación clásica gracias a una beca en Roma. Los siguientes años participa en numerosas muestras nacionales e internacionales presentando temas de actualidad, hasta que recibe el Grand Prix de la Exposición Universal en París en 1900. Este éxito abre las puertas del mundo a Sorolla, incluso al otro lado del océano, en Estados Unidos, donde le encargan realizar unos paneles decorativos (Visión de España) para la Hispanic Society.

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Este reconocimiento mundial le permitió vivir holgadamente, diseñando e instalándose en esta casa familiar en la que hoy estamos, y de la que podemos disfrutar gracias a su mujer, Clotilde, que cedió el edificio al Estado y realizó una generosa donación para la creación de un museo en memoria de su marido. La colección está compuesta por obras del propio Sorolla y esculturas, piezas de cerámica, fotografías... que reunió a lo largo de su vida.

Clotilde no fue sólo la madre de sus hijos: María, Joaquín y Elena. Fue su musa, el gran amor de su vida, la protagonista de infinidad de obras del pintor.

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Se conocieron en su etapa adolescente, cuando Sorolla entró a trabajar de ayudante de su padre, el fotógrafo valenciano Antonio García Peris. Comenzaron una historia de amor que les mantuvo unidos hasta la muerte de Joaquín. Ni cuando éste estaba fuera de casa se separaban, ya que se escribían una carta al día contándose los pormenores de la jornada. ¡Qué romántico!

En la Sala II se exhiben obras muy íntimas que nunca salieron a la venta y que nos permiten conocer su vida familiar.

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Como por ejemplo Madre, donde aparece Clotilde, agotada tras el nacimiento de su hija menor, Elena. Llama la atención como es capaz de transmitir sentimientos con una composición tan sencilla, en la que predominan distintos matices del color blanco, consiguiendo un equilibrio perfecto entre luces y sombras.

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La relación cercana que el pintor mantuvo con la fotografía se debió principalmente a su suegro. Cualquier fotógrafo aficionado puede percibir ciertos detalles en los cuadros como encuadres, enfoques y desenfoques, etc. Incluso podemos ver en Instantánea, como María trastea con una de las primeras cámaras compactas del mercado.

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A Sorolla le entusiasmaba pintar al aire libre, observando los cambios en la luz natural, que con su gran talento, fue capaz de plasmar en sus cuadros. Inmortalizó tanto escenas cotidianas de la vida en el mar como los paseos de la burguesía en las playas de Biarritz.

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Es impresionante cómo capta el instante, algo imposible de pintar si no se ha congelado previamente con la ayuda de una cámara. Sólo hace falta detenerse ante Saltando a la comba y observar que no existe contacto entre Elena y su sombra. También es capaz de reflejar el movimiento, las niñas persiguiéndose alrededor del estanque.

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Recordad que en esta planta principal Sorolla dispuso su zona de trabajo. Tres estudios contiguos, de altos techos y abundante iluminación con acceso desde el fondo del jardín. Hemos atravesado dos de ellos, el primero servía de almacén de marcos y lienzos y el segundo era su despacho, donde recibía a los clientes y exponía sus últimas creaciones.

Continuamos la visita para entrar en su estudio, la sala más importante de la casa, donde se exhiben algunas de las obras más emblemáticas del artista.

Allí se conservan algunos utensilios de trabajo del pintor como pinceles, paletas y caballetes. Sobre uno de ellos permanece el último cuadro del pintor, el retrato inconcluso de la mujer de Ramón Pérez de Ayala, que pintaba mientras sufrió un derrame cerebral.

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Subimos a la segunda planta de la casa, donde antiguamente se encontraban los dormitorios y que ahora está acondicionada para albergar las exposiciones temporales. Hasta el 20 de enero de 2019 se puede disfrutar de Sorolla. Un jardín para pintar. ¿Sabíais que en su última etapa como pintor proliferaron sus cuadros de jardines?

Uno de sus grandes sueños fue unir en un único espacio su estudio y su casa, su vida profesional y su vida personal, y como además le encantaba pintar al aire libre, ¿por qué no diseñar su propio jardín? En esta exposición se relata a través de una selección de óleos, dibujos, fotografías, bocetos... cómo Sorolla concibió su jardín, inspirándose en el jardín de Troya de los Reales Alcázares de Sevilla y en el del Generalife de Granada. Incluso el mismo siembra muchas de las plantas que hay en ellos.

 
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Volvemos otra vez a la planta principal, al comedor. Nos llama la atención el friso con guirnaldas de laurel, flores y frutas, en el que se entremezclan vasijas y los retratos de Clotilde, María y Elena. Aunque no lo parezca, es una franja de lienzo pintada al óleo.

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Y entramos en la última estancia de la casa, el salón, que tiene unas espléndidas vistas del jardín gracias a un gran ventanal en rotonda, que ya nos gustaría tener en casa. Está decorado con retratos  y bustos de sus familiares. Del techo cuelga una lámpara Tiffany, que tiene su homóloga en el comedor.

Finalizamos la visita saliendo por la entrada principal, donde Sorolla quiso hacer un guiño a su pintor favorito, Velázquez: un retrato de este pintor da la bienvenida a la casa.

Ha sido nuestra primera vez en la Casa Museo Sorolla, pero probablemente no será la última. Un museo pequeño, íntimo, coqueto, un proyecto personal del artista que nos ha llegado al corazón, una manera distinta para poder comprender su evolución artística. ¡Seguro que a vosotros también os gusta!