22 de octubre de 2016

22 de octubre de 2016 - , , Sin comentarios

Día 4: El regreso... y un pueblo de la sierra

Y llegó el último día del viaje. Teníamos que estar de regreso a Sevilla a la hora de comer, así que madrugamos un poquito, tomamos un buen desayuno en el hotel y nos acercamos a recoger el coche.

Como ya os he dicho anteriormente, una buena zona de aparcamiento es la de los alrededores de la plaza de toros. ¡Y aún no os la he presentado! Es arquitectónicamente vistosa, de forma poligonal con 20 lados, y de influencia árabe, que podemos ver en los arcos de herradura del segundo piso.


Nuestra idea inicial, al preparar el viaje, era dedicar la mañana a pasear por Almería, por los rincones que aún no hubiésemos conocido, pero como nos parecía que ya no podíamos sacar mucho más partido a la ciudad, improvisamos un plan alternativo. Un amigo nos había hablado muy bien de un pueblecito de la sierra a las puertas de la Alpujarra almeriense, y por lo que vimos con acceso directo desde la A92... pero antes de irnos, queríamos contemplar una de las obras de la Arquitectura del Hierro de Almería, la Estación del Ferrocarril.


La construcción de esta estación va ligada a la extracción del mineral del hierro. Mediante este medio de transporte se llevaba el mineral desde la sierra hasta el Puerto de Almería. Este tipo de edificios, funcionales y de tipo industrial, eran característicos del s.XIX, donde se utilizaban como materiales constructivos el hierro y el cristal, aunque también podemos ver ladrillo revestido de cerámica vidriada.

Tardamos unos 45 minutos en llegar a Abla. Aparcamos en la entrada del pueblo, justo enfrente de un mausoleo romano, una torre funeraria del s.II, testimonio del municipio de Abula. ¿Sabíais que su gentilicio es abulense? ¡Igual que en Ávila! ¿Coincidencia?


Allí mismo encontramos un mapa del pueblo con un itinerario marcado con los monumentos históricos más representativos, así que decidimos seguirlo. Este mismo itinerario está señalado en el suelo.

Atravesamos la plaza Mayor y seguimos por la calle Real Alta, donde podemos apreciar un bajorrelieve en la fachada de la Iglesia de la Asunción que simula un pórtico clásico.


Entramos en la iglesia y nos sorprendió la armadura mudéjar del Altar Mayor.


Las capillas laterales se adosaron en el s.XVII y pertenecían a familias notables que las utilizaban para enterramientos de familiares.



De vuelta a la calle Real Alta, dejamos a ambos lados casas propias de la arquitectura popular.


Al final de la calle nos encontramos con la ermita de San Antón. Junto a la fachada se encuentra el pedestal de Avitiano, un bloque de piedra que contenía inscripciones (hoy en día ilegibles) y rematado con una cruz de hierro, homenaje a un tribuno romano.


Desde allí se pueden ver las cumbres de Sierra Nevada y la cuenca del río Nacimiento, con olivares y árboles frutales.

Ascendemos por calles estrechas y empinadas, dirigiéndonos hacia los vestigios del Castillo, del que se conserva apenas parte del lienzo de la muralla. Por el camino nos encontramos una imagen curiosa, una perdiz dentro de una jaula.
 

Ha merecido la pena la visita a este tranquilo pueblo andaluz en el que parece que se ha parado el tiempo. Nos encaminamos de vuelta al coche, estábamos todavía a 3 horas de casa y teníamos que recoger en el aeropuerto a unos "parisinos".

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